El niño José Gregorio

El 06 de enero de 1996 el Obispo de Trujillo Mons. Vicente Hernández realiza una Carta Pastoral que la titula "José Gregorio Hernández Santo y Sabio" Monseñor nos narra allí en forma elocuente el nacimiento del Dr. Hernández y lo dice así:

"Un 26 de octubre de 1864, les nació a los esposos Benigno Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla, -boconés él, barinesa ella- avecindados en Isnotú de Trujillo, un pulcro bebé que vino a consolarlos de la muerte prematura de su primogénita. Se llamaría José Gregorio, hermoso y robusto, destinado a ser honra del pueblo, gloria de la moderna medicina venezolana y ciudadano del cielo, de virtudes heroicas. Le siguieron cinco hermanos más, para quienes él hizo de ángel guardián y leal apoyo.

Todo hombre llamado a la vida trae de su Creador un proyecto y una vocación que, sustentados en el saber religioso, ético y profesional, se convierte en factor de progreso y modelo que se admira y se imita. Así ocurrió con el amable José Gregorio Hernández Cisneros, ejemplo de santidad...".

Los años de infancia de José Gregorio transcurrieron sin grandes sobresaltos en su pueblito de Isnotú, que en aquella época también era conocido como parroquia Libertad. Isnotú o Libertad era entonces apenas un pequeño caserío de humildes hogares (en su mayoría de yaguas de palma) agrupados en torno a dos calles. La vía principal era de 1.700 metros de largo y ocho de ancho, y la otra de 600 metros con siete y medio de ancho.

Isnotú se encuentra a 726 metros sobre el nivel del mar y registra una temperatura promedio anual de 20Cº, situado en el distrito de Betijoque, Estado Trujillo, Aunque había comenzado a formarse desde el siglo XVIII, cuando nació José Gregorio este pueblito no era ni si quiera una parroquia eclesiástica, pues no habría de alcanzar esa distinción hasta 1867. 

En 1864 era un pueblo de gentes humildes dedicadas a la agricultura o al corte de madera. La familia de José Gregorio tenía una posición un poco más elevada en el pueblo, pues el padre, don Benigno, poseía un comercio, de esos característicos en las zonas rurales en aquellos años. En este comercio se vendía de todo lo que podrán necesitar las familias del pueblo, desde sal y pimienta hasta jabones, telas, perfumes y artículos de género.

A pesar de estas diferencias, no podemos dejar de notar que el origen de José Gregorio era relativamente humilde. El hecho de que una de las grandes luminarias del intelecto venezolano y de Nuestra América haya nacido en un ambiente popular pone de manifiesto una vez más lo inextricable de los designios del Señor.

A la edad de 3 años el día de su Confirmación
A la edad de 3 años el día de su Confirmación
A la edad de 7 años el día de su Primera Comunión
A la edad de 7 años el día de su Primera Comunión

El 30 de enero de 1865 fue bautizado en el templo del Santísimo Nombre de Jesús de Escuque por el presbítero Sinforiano Briceño; fueron sus padrinos Tomás Lobo y Perpetua Henríquez. En diciembre de 1867, cuando contaba con tres años, recibió el sacramento de la confirmación en el pueblo de Betijoque en manos del obispo de Mérida, Monseñor Juan Hilario Bosset, fue su padrino el presbítero Francisco de Paula Moreno.

Partida de Nacimiento de José Gregorio
Partida de Nacimiento de José Gregorio

Recibió la primer comunión en 1871, a sus siete años, una edad muy temprana en una época en la que se solía comulgar por primera vez a los doce años.

La primera maestra de José Gregorio fue su propia madre, donde Josefa Antonia, señora de gran bondad, cuyas obras de caridad y beneficencia la hicieron merecedora del afecto y el respeto de las gentes del lugar, y de una merecida reputación de santidad. Con la dedicación que sólo ostentan las madres, enseñó a su hijo mayor a leer y escribir, y le inculcó las bases de la doctrina cristiana, no solo a través de los textos del Catecismo, sino también a través del ejemplo de una moral y una conducta irreprochable. También doña Josefa le instruyó en historia sagrada y en aritmética.

Acerca de su madre escribió una vez José Gregorio:

"Mi madre que me amaba, desde la cuna me enseñó la virtud, me crió en la ciencia de Dios, y me puso de guía la santa caridad..."

Con el ejemplo y la doctrina, José Gregorio creció dentro de las más fervorosas tradiciones católicas, y su carácter se formó dando salida a una acendrada piedad que se manifestaba a través de su diaria asistencia a misa en la iglesia parroquial de Isnotú, dedicada a Nuestra Señora del Rosario. Esta devoción se hizo aún más patente cuando José Gregorio realiza su primera comunión. A partir de ese momento, no solo asistía al sacrificio de la misa sino además comulgaba con gran frecuencia.

No registran los biógrafos de José Gregorio ningún incidente notorio durante los siete primeros años de su infancia, por lo que hemos de suponer que este período transcurrió apaciblemente. Sin embargo, no había José Gregorio todavía cumplido los ocho años, cuando el 29 de Agosto de 1872 fallece su madre.

La muerte de la madre es algo que siempre se siente con fuerza devastadora por un hijo, pues en cierta medida es un cambio definitivo que cambia la vida.

Pero en el caso de José Gregorio, la ausencia de la madre habría de ser especialmente dolorosa, pues doña Josefa Antonia, ostentaba unas cualidades de dulzura y abnegación que llenaba de admiración y cariño a todos los que la conocieron.

Frente al cementerio de Isnotú existen unas piedras grandes que las gentes del lugar llaman "las piedras negras". Todos los días después de la muerte de doña Josefa Antonia, iba José Gregorio al caer la tarde, a sentarse en ellas para recordar a su madre. En esas piedras se quedaba hasta la caída del sol, y regresaba a casa acongojado.

Desde muy niño José Gregorio dio muestras de su inclinación religiosa. De sus padres y de su tía paterna, María Luisa, había aprendido a escuchar la Santa Misa; y había adquirido las costumbres piadosas de su madre de visitar y ayudar a pobres y enfermos.

 

El consuelo a su irreparable pérdida habría de llegar a través del estudio, pues poco a poco después de la muerte de su madre, ingresó en el único colegio de Isnotú, el cual estaba a cargo de Pedro Celestino Sánchez. Desde el primer día de clases, José Gregorio mostró una puntualidad y una aplicación ejemplares, lo cual estimulo en su maestro el deseo de enseñarle todo lo que podía. El contacto con nuevas ramas del saber despertó en el aventajado alumno el deseo aprender cada vez más, y ya desde entonces comenzó a soñar con ir a la capital para lograr saciar esa sed de conocimientos que no habría de abandonarle jamás.

Un sobrino nieto del propio Dr. Hernández el Ingeniero Marcel Carvallo nos pone a soñar como fueron aquellos días en la niñez del Venerable Dr. José Gregorio Hernández una vida llena de amor y felicidad familiar:

"No nos es difícil imaginar como transcurría la vida de la familia Hernández en el pequeño caserío de Isnotú:

El canto del gallo anuncia la aurora. El azul recién nacido del cielo, se tiñe de rosa. Se oye el murmullo de las aguas crecidas de la quebrada.

Alguien toca una campana y se reza el Ángelus del amanecer.

La casa de la calle del Rosario, la de los Hernández, despierta de su sueño. Josefa Antonia invita a rezar, a darle gracias a Dios por la bendición del sueño y a ofrecer las obras del día que se inicia:

¡Oh, Jesús mío, por medio del Corazón Inmaculado de María yo te ofrezco en este día...

¡Oh Señora mía y madre mía, yo me ofrezco del todo a Vos...

Así va, del uno al otro, enseñando a cada uno de sus hijos a ofrecer su vida al Señor. Sembrando en el corazón de cada uno de ellos el amor a Dios y la virtud de la piedad.

En el patio de atrás el rítmico tun-tun..tun-tun...tun-tun..., nos dice que alguien esta pilando maíz, que muy pronto las arepas estarán sobre el budare y que falta muy poco para que, vayan a la mesa donde las esperan el café con leche, la carne mechada, las negritas... y la muchachada.

La calle y el patio se confunden en perfecta armonía de carreras y risas, de juegos y pleitos infantiles. Los arrieros descargan los plátanos o el maíz, mientras los niños del pueblo, todos ellos, incluyendo a José Gregorio, celebran la diaria novedad de su llegada.

Buena ocasión para encontrarse y poner a bailar los trompos, o a volar el rojo, verde o amarillo de los papagayos sobre el azul intenso de los cielos. El coloreado vidrio de la metra va girando y girando a sacar a otra de ellas del círculo tatuado en el polvo por el dedo regordete de los jugadores.

Los burros rebuznan y ensucian la calle. El caporal entra, sobrero en mano, a saludar a Don Benigno y a arreglar cuentas con él. Pesos macuquinos y morocotas dejan oír su voz sobre el mostrador, mientas los arrieros descargan sacos de café y fardos de panela en el almacén.

-¿Cómo está, Don Benigno?

-Buenos días, Miguel; ¿cómo está su familia? Me dicen que Petra está enferma. Salúdamela y dile que iré a verla con Josefa Antonia.

José Gregorio, que ha terminado una partida de metras, o recogiendo el papagayo, observa y aprende. Aprende a tratar a la gente; a querer a la gente. Caporales y arrieros lo saludan:

-¿Cómo esta niño?

-Buenos días Pedro; ¿cómo está su familia?

La casa se llena con la presencia de Josefa Antonia y María Luisa. Se "repasa" la ropa, se lava y se plancha; los anafes llenan de humo la casa y los fogones la llenan del sabroso olor del esperado almuerzo.

En la escuela de este hogar se aprende a rezar y a trabajar.

Todos lo hacen. Unos recogen los huevos en el gallinero; otros van de compras a la pulpería; otros reciben los frutos del guayabo, del mango, o del guanábano. Las niñas barren el enladrillado de los corredores y la tierra pisad de los patios.

-A comer .¡el almuerzo está servido! Benigno, apúrate que se enfría el mondongo.

Todos corren a la mesa. Don Benigno la preside bendiciendo los alimentos y a quienes los prepararon. Termina la bendición con la oración Jesús nos enseño:

Padre Nuestro que estas en los cielos... Amen.

-¡A comer!

Luego viene la siesta. Esa bendita costumbre. Esa maravillosa costumbre que nos permite reponer las fuerzas y relajar los nervios. Costumbre en que se encuentran en amoroso connubio la pereza andaluza y la mansedumbre de la América nuestra.

Enjalmadas mulas y jumentos, la recua se aleja por la calle polvorienta. Los gritos arrieros y el rebuzno de os burros se diluyen en las aguas del Vichú.

La tarde siempre es más tranquila. José Gregorio, el mayor de los hijos, estudia, saca cuentas, escribe planas. La tía María Luisa revisa la ortografía, corrige; repasa las tablas: suma, resta, multiplica. Consulta la división con Don Benigno, que éste aprueba.

El catecismo y la vida de algún santo quedan para después del ángelus; para el anochecer, aprovechando los últimos rayos del sol, cuando el silencio y la penumbra favorecen la meditación y la comunicación con la Divinidad.

El cielo se tiñe de rosa. Una suave brisa se levanta y lleva a todo el pueblo al recogimiento y en medio de eso las noticias del anuncio del Ángel, de la entrega de María y de la Encarnación del Señor.

Ha llegado la noche. Después de comer, Don Benigno lee la luz de una vela, quizás en voz alta, mientras los demás escuchan.

La paz del cielo estrellado alcanza a todo el mundo. La luz de la luna desplaza amorosamente a las estrellas. No hay lucha. Esta se diluye lenta y pacíficamente en aquella".

El padre Gema nos refiere en su libro publicado en 1953 sobre la biografía del doctor Hernández lo siguiente:

"Francisco José Alvarado, un simpático viejecito que pasa de los cien años, ciego, pero todavía alegre y decidor, nos cuenta que fue sirviente en su juventud, en la casa de Benigno Hernández. Recuerda que José Gregorio era algo revoltoso y muy avispado, pero siempre obediente y sumiso, y sobre todo muy piadoso. Su obsesión de niño era conocer Caracas.

Magdalena Mogollón, una anciana siempre sonriente que ya ha perdido la cuenta de los años que tiene, nos cuenta, entre sus recuerdos que, como hermano mayor entre los varones, se había constituido en algo así como el protector de ellos. El les hacia los jugueticos que consistían en gorros para desfiles marciales que llenaban la casa de alboroto, y muñecas de trapo con las que jugaban sus hermanitas. El se contentaba con encender la chispa-así nos dice- y luego se retiraba como un hombre consciente de su deber, a su cuarto, a leer y escribir, porque "el quería ir a Caracas, y ser un gran sabio, como su papá..."

Cuatro años más tarde el 16 de noviembre de 1875, su padre contrajo segundas nupcias con María Hercilia Escalona. De este matrimonio nacieron seis hijos.

Cuando José Gregorio contaba con diez años de edad, vino a vivir al hogar de los Hernández su tía religiosa, hermana de don Benigno, su nombre era sor Ana Josefa del Sagrado Corazón de Jesús, ella había sido una de las monjas expulsadas por el decreto de las Cámaras venezolanas, y por eso, su hermano Benigno la trajo a vivir con él.

En casa de su hermano la monja continuó observando una vida de recogimiento y austeridad, ofreciendo un hermoso ejemplo de devoción al niño José Gregorio.

Había otra tía de José Gregorio viviendo en el hogar de don Benigno, María Luisa Hernández, soltera, quien contribuyó mucho con la educación de José Gregorio, instruyéndolo en urbanidad y en las buenas maneras, y quien habría de ser como una madre para él toda su vida. Años mas tarde, una vez establecido profesionalmente, se la llevaría a vivir con él a Caracas.

Hasta los 13 años estuvo José Gregorio asistiendo al colegio de don Pedro Celestino Sánchez, dando muestras de una gran aplicación y de intachable disciplina. Pero llegó el día en que el maestro, hombre rico en cultura y experiencias, pues había sido marino, ya nada tuvo que enseñar al alumno, y quizás recordando todo lo que había aprendido en sus viajes, habló con don Benigno para recomendarle que lo mandara a Caracas, donde el aventajado alumno podría seguir ensanchando su horizonte de conocimientos."Ya no tengo nada más que enseñarle. Le sugiero que lo mande a continuar sus estudios a Caracas" advirtió el viejo don Celestino; y don Benigno, generoso y comprensivo, fue de la misma opinión que el experimentado maestro.

En febrero de 1878, acompañado de los generales Jesús Romero y Francisco Vásquez, amigos de la familia Hernández, son los encargados de acompañar a José Gregorio a Caracas para instalarlo en su nuevo colegio. Después de una emocionante despedida de todos sus hermanos, y familiares, amigos, y compañeros de escuela, José Gregorio abandonó su querido pueblito natal para realizar la ambición que desde hacía años alimentaba su corazón; estudiar en Caracas.

  • Si en el mundo hay buenos y malos, los malos lo son porque ellos mismos se han hecho malos: pero los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios. 27 Mayo de 1914 
  • José Gregorio Hernández

Alfredo Gómez Bolívar

Fuente: José Gregorio Hernández su Vida y su Obra" Dr. María Eloísa Álvarez del Real Editorial América -1988 

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