Su cara se mostraba plácida y sonriente, tanto que, cuando entramos, le dijimos como de costumbre cuando nos veíamos: "¿Qué hay, tío?", y una de las personas allí presentes nos dijo: "Está muerto". Le pusimos la mano en el pecho a través de la camisa desabotonada y estaba frío. Sus grandes ojos abiertos, un morado y una pequeñísima herida en la sien derecha, sangre en las narices, en la boca, en la cabeza; la corbata, el cuello, el paletó y el chaleco le habían sido quitados y estaban en un colgador; la camisa entreabierta, el pantalón derecho rasgado en ángulo recto a la altura de la rodilla, sus brazos a lo largo de su cuerpo, los zapatos puestos. Así le encontramos nosotros, que fuimos los primeros de la familia en llegar al Hospital Vargas. Estaban en el cuarto o habitación el Doctor Luis Razetti y los Bachilleres Astorga y Otamendi. Luego llegó nuestro padre, que, después de besarle muchas veces, con su pañuelo le limpió la sangre de la cara y la cabeza, le cerró los ojos, le cruzó los brazos sobre el pecho, y, llorando inconsolable, pero resignado, decía:

"Dios mío, ¿cómo es posible que mi hermanito querido haya muerto de esa manera?"

Después llegaron Temístocles Carvallo, padre e hijo; José Benigno Hernández, Inocente Carvallo y nuestro hermano Benjamín Hernández. El Capellán del Hospital Vargas, Presbítero Doctor Tomás García Pompa, le había impuesto los Santos Oleos inmediatamente que ingresó al Hospital, en estado de, coma, y con el concurso de las Reverendas Hermanas de San José de Tarbes se procedió a amortajarlo. Poco más arriba de las rodillas tenía ambas piernas una franja morada. Así yacía José GREGORIO HERNÁNDEZ CISNEROS la tarde del 29 de junio de 1919.

Referencia Biográfica:

Ernesto Hernández Briceño: "Nuestro tío José Gregorio" 1ª Edición-Tomo II pág. 1645 Caracas 1958.

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